lunes, 28 de febrero de 2011

LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE

¿Que importa?
¿A quién?
Si estás demasiado lejos para saberlo,
si cuando me desnudo
tú no averiguas
la hora,
ni el lugar preciso en el que me hieren,
en el que aquél otro,
dice mi nombre
más cerca de lo que tú jamás estuviste.


¿Cómo?
¿De qué manera soportar el hierro, la tempestad, el vacio?
¿De qué forma cruel no pensar en ti aquél instante,
el momento en que me aparto
y no te supongo
y no se
y no
y nunca?

¿De que forma navegar todo este mar de silencios?

Si tu no estás,
si tú no existes,
si no eres más que el eco de una esperanza que alumbra mi noche de tarde en tarde,
de vez en vez,
y de ausencia en ausencia.

Y es seguro
que yo tampoco soy más que aquél dibujo
de tus sueños en el aire,
y que hay otra
más tibia, 

más caliente,
más altiva,
que me deshace,
que me relega a la sombra,
al barro,
al rincón del espanto en medio de la noche
y dice mi nombre a miles de kilómetros
para que yo me despierte.


Esto no es nada.
No hay nada en este amor callado y a la espera.
No hay fruto, no hay caricia, no hay temblor.
No hay guerra.

Esto es solo el pasatiempo del azar,
el reloj de sol que indica la fuga,
el cadencioso ritmo de la exterminación de la idea.

No hay luz,
es solo el pensamiento alumbrando la muerte,
repartiendo nostalgias que no llevan a ningún puerto con mar.
Solo salitre que oxida el verdor de los cuerpos

y no distingue
entre tú y yo
y el resto.
Y la piel y los huesos que son humo,
que sin protagonismo
explotan lentamente y se desintegran.

Yo esta noche llego del amor,
pero llego triste,

pues no era amor,
era recordarte
y saber el sinsentido de mi gesto.


No hay lugar aquí para la duda,
pero está el vestigio 
de su resplandor
en mis palabras.

No soy leal:
Solo soy un pájaro,
y me elevo lentamente
sobre este muerto.



No hay comentarios: