El mundo es un laberinto,
pero en Madrid la noche permanece inmovil...es, como si el tiempo no pasara. Las aceras son las mismas y con la humedad de la noche se llenan de reflejos.
No hay nada que se mueva, que mute, que se transforme.
Pasan los coches y escucho mis tacones.
No se ve la luna,
y yo siento como un nudo que se agarra a mi pecho.
Quiero gritar.
Y tengo clarísimo que no querría haber escrito nada que no fuera esto.