Hoy en un acto supremo de narcisismo me observo en el espejo, en el espejo real, y de paso ahondo como Alicia y lo traspaso.
Me gusta lo veo.
Soy sin duda una mujer compleja.
He vivido muchas vidas diferentes, y en todas ellas, me sentí a la altura. Al respecto de mi propia percepción no diría jamás que me defraudé.
He cometido errores, pero volvería a ellos, con el gusto con el que el niño tras la caída vuelve a montar la bici sin pensarlo un solo segundo.
Mis errores hacen que sea esta, esta imagen que el espejo me devuelve.
Aprendí a mimar en mi aquellos defectos que podían resultar ambiguos, traté de darles forma, y transformarlos en algo positivo, o al menos, en característico.
Aquellos otros terribles o dañinos, contra los que aún hoy lucho, son al menos motor y consciencia, referencia y margen. Los acepto.
Soy legítima. La verdad ha hecho nido en mi, y no es sino con verdad con lo que consigo ser.
Y me volví exigente con todo aquello que me rodea: El loco debía ser loco auténtico, el amigo, amigo, el amor no es solo una palabra, y si siento miedo o me caigo, deseo con fervor que el miedo me devore y que el golpe me duela.
No concibo otra forma de vida como vida, sino es sintiendo lo que me rodea autenticamente, y sin escrúpulos.
Nada desecho. Todo es válido en mi mundo.
Todo aporta o sirve como trazo del siguiente dibujo.
Lo bello, lo sucio, lo luminoso y lo nimio. El detalle, la trascendencia, el silencio, el grito, la alegría y la sombra. Todo me compone, sin excluirse, sin tiempos ni motivos. Así, con facilidad y suavemente, escrito en mi piel, traspasando la barrera de mi cornea , enredado en mi cabello.
En mis suspiros, en mis pasos, en mis formas.
No hay modo de ocultarlo, y tampoco quiero.
No soy una. Soy cientos. Y con todas me identifico y me encuentro, y de todas reniego para dejar paso a la siguiente.
La única que no perece es esta, que el espejo me devuelve.
Es siempre la misma, la que me conoce, la que me nombra.
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