
Vivo en un estado de confusión perpetua. Hace tiempo, admito que sentía una especie de envidia por esa aparente seguridad que algunos individuos lucían ante mi. Me resultaba asombroso pensar que aquellos seres de otro planeta, supieran a la perfección quienes eran, que deseaban, que sentían y hacia donde dirigían sus pasos.
Yo, en cambio, miraba a la derecha y a la izquierda y quería ir a la derecha pero también quería ir hacia la izquierda. En un momento sentía una alegría inmensa que inundaba mi garganta y al minuto siguiente me encontraba embriagada de lujuria, o quería llorar o soltar un puñetazo y hacer burla...No tenía claro si quería irme a vivir a la selva, apartada del mundo, o más bien marcharme a Paris o Nueva York a perderme por calles y siluetas en constante movimiento. Era generosa y egoista. Amaba pero hería lo que amaba. Y tenía miedo. Y era osada y leal.
Mi ambición no era atesorar bienes materiales, pero mi lado frívolo no me abandonaba y a veces sufría una repentina depresión, porque quería un vestido y al instante siguiente alojaba en mi casa al vagabundo de la esquina.
Lo que era seguro es que estaba confundida. Muy confundida. Y esa era mi única certeza.
A día de hoy, nada ha cambiado. Mi corazón navega por las aguas de la duda y ni yo misma se que será lo que sienta o mueva mis pasos al paso siguiente.
Sigo siendo apasionada y frágil, inteligente e ingenua rozando la necedad en ocasiones, pero ya no siento envidia por esa máscara de certeza que luce el prójimo.
Estoy perdida, si, pero es lo que hay.
Y aceptar mi zozobra tambien me concede el privilegio del asombro constante hacia este mundo indescifrable
y mi destino.