Esta soy yo.
La que abre los ojos a duras penas, mientras recobra consciencia de su cuerpo, la que lucha contra el sueño pegado a la piel que la arrastra hacia abajo, la que acaricia el rostro de la niña que aún duerme, y de pronto siente que ella es esa niña. La que desea volver a cerrar los párpados y nadar en la corriente densa y profunda de la inconsciencia.
Soy la que se levanta al fin, y sacude su alma con un café a medias.
Soy un huracán: Arranco al aire zapatos, medias, pintalabios. Soy su centro. A mi alrededor la mochila del colegio, la vitamina, el tazón de cereales y cien actos mecánicos y fugaces: Apague las luces, repase la maleta, - ¿Dónde dejé las llaves? , el perfume, la cremallera, el telediario mientras me lavo los dientes y doy vueltas y vueltas y regreso y recuerdo en qué pensaba y que es lo que he olvidado.
Me viene entonces a la cabeza la llamada de anoche, en plena madrugada. El sin-sentido. Pienso para mis adentros que no hay nadie en el mundo que pueda imaginar, viendome así, con mi traje y mis tacones, de dónde llego, cuál era mi mundo, el porqué de esa llamada que yo interpreto ya desde mucho antes de que el teléfono suene. A fin de cuentas, no hay nadie que averigue, ni aún ahora , en que lugar me encuentro, quién es, que escondo, que mujer soy, cual de ellas es la que reina entre todas.
Tal vez ni yo misma lo sepa.
Salgo a la calle y la lengua húmeda de la mañana lame lasciva y fría mi rostro.
Soy un conductor de Formula Uno. Estrello mi coche contra el muro imaginario del horizonte y pongo la música a todo volumen.
En el paso de cebra dos chicos que pasan me sonríen y yo, les devuelvo la sonrisa.
Escribo con mi mente. Soy un disco duro a pleno rendimiento. Por el retrovisor veo a mi hija que canta. Soy una madre que lleva a su hija al colegio, que siente un nudo de dolor en el estómago cuando piensa que hoy ya no podrá verla.
Ambas somos ahora un caballo que galopa, un caballo retrasado hacia la puerta del colegio. Soy la esperanza de que no hayan cerrado la máldita puerta otro día más porque llego con demora. Soy una reivindicadora social, soy la que reclama la conciliación familiar para una madre atleta, que corre todo el día, que cuida de su casa, que puede con todo aunque a veces no duerme y para colmo lo escribe y hace la compra y anota ahí también las cosas que debe recordar. Soy el afán de traspasar la meta de la puerta del colegio para seguir corriendo.
Soy la chica que repasa sus labios de carmín en el semaforo,la que deja caer los ojos seductora al policia : porque-me-salte-a-medias la indicación de que parara, pero no lo vi a tiempo, aunque-usted-sepa que-me-hice-la-loca, Sr.Policia tenga piedad...
Soy Lady Gaga que baila en el semáforo siguiente, mientras busca en el bolso un cigarrillo que sabe de sobra que no debe encender y menos a esa hora y menos si soy un pez fuera del agua, una sirena asmática, una bocanada de oxigeno insuficiente para tanta llama.
Soy la que de paso llega tarde a la oficina y lo hace lentamente, porque tampoco siente miedo de que alguien la castigue. Soy a la que a pesar de vivir en una nube, nadie puede esgrimir la menor queja sobre su trabajo o comportamiento. Porque soy la diplomacia, la sonrisa en la mañana, la contestación a tiempo, el objetivo en fecha.
Soy la que en el fondo desea darle una patada a todo, y que alguien se atreva a des-decirle, porque ahora soy la responsabilidad odiosa que me impide dar el salto. Porque soy la que se equivocó de lugar . La que está “donde debe”
Soy esa que se sienta en su despacho y enciende el ordenador, la que repasa las características técnicas de los dispositivos, la que contesta con amor a los pacientes y les dice en voz baja que no tengan miedo.
Soy la que busca la marca C.E encima de una mesa abarrotada de papeles, la que contesta al teléfono con dulzura a pesar de tener prisa, mientras repasa las tablas, la que minimiza este word para que nadie sepa que escribo cada día, cada momento, que escribo entre carta y carta, entre la reunión y el desayuno, que trabajo rápido para seguir escribiendo, que soy la negación, que a pesar de todo no les regalé mi alma.
Soy la que de camino al notario, se cruza con el psicópata con el que compartió dos años cada día. Soy la que no entiende el motivo, soy la que aún duda qué es lo que encontró en un dandy de gimnasio, prepotente, inconcebiblemente-egoísta-por-muy-guapo-que-seas, un celoso lacerantecon cincuenta pares de zapatos ordenados milimétricamente y al que nunca le importó con qué había soñado yo la noche anterior.
Soy la arrogancia por un instante, y al momento siguiente soy el olvido. Soy la lluvia que cae suave por mi cara y me borra el espanto, y le regala a él indiferencia y a mi futuro.
Soy la que llega a comer a casa de su padre, porque desea verle, a pesar del destiempo, a pesar de que sabe que tendrá que aguantar sus palabras como dagas, una contra otra. La que debe callar y tragarse el orgullo, porque tiene la certeza: Algún día añorará que su padre le de el coñazo.
Soy la que regresa al trabajo y esta vez coge el coche y se dirige a un hotel a aguantar un rollo terrorífico sobre presupuestos anuales. La que escucha resultados, aún no se bien de qué,, sentada en una silla. La que escucha con las piernas cruzadas, altiva y seria, como si fuera con ella.
La que escucha el murmullo de la Tierra al girar.
Me dicen que soy una pieza del puzzle. Me dan las gracias por acatar las órdenes, por estar allí sentada un día más.
El mundo se quedó quieto, se convirtió en una pantalla llena de gráficos, y yo soy la que deja volar su mente y escucha una canción:
Soy músico.
Soy Dizzy Gillespie, y toco casi en penumbra. Soy la melodía que se lleva los demonios.
Soy la que bebe champagne en la suite de un hotel antes de la cena. La que ya mareada se fotografía con sus compañeras de martirio y baja a cenar hablando de negocios y piensa en qué otra cosa podría decir en aquél lugar y a aquellas mujeres que así son tan felices y no se le ocurre nada.
La que coquetea durante la cena y se ríe de las frases tan fáciles y tan conocidas, con los unos y con los otros, para terminar coqueteando en exclusiva con el de siempre.
Porque en el fondo, reconoce, si, que es un hombre interesante y elegante y me regala el oído justo en el lugar exacto.
Soy mis gestos.
Soy la que piensa en marcharse cuando termina el programa, pero cumple el compromiso social de trasnochar que se le impone sutilmente, porque en el fondo, quiere ver la cara de capullos que ponen con la luna, los que dicen que son serios.
Soy la que termina bailando.
Soy la que baila para una ceremonia en la que no hay invitados. Soy la que conoce las palabras que la sustentan. Soy la que jamás dirá esas palabras más que con su cuerpo.
Soy la que decide marcharse a casa, porque no quiere dormir en un hotel y sentir ese vacío mirando las paredes.
Soy la que se marcha entre murmullos y deja que el la acerque hasta su casa.
Soy el muro infranqueable, el cartel de “Prohibido el Paso”.
Definitivamente solo soy la que se marcha.
Soy la que le escucha hablar y piensa en qué ocurriría si al fin, alguna vez, cediera y me entregara. Y remuevo mis piernas, mientras el conduce, con la simple intención de ponerle nervioso.
Soy la que decide irse porque no termina de encontrar sentido en algo tan vano y tan simbólico, la que debe pensar si hace lo correcto no enturbiando su alma con nuevas distorsiones.
Sonrío por mis maldades.
Soy la que al fin llega a casa de madrugada y la encuentra vacía, y prepara la ropa para el día siguiente y se sienta y escribe a pesar de que ya no hay tiempo para dormir, o por eso mismo.
Soy la que esperaba alguna señal que la traiga un sentimiento y no encuentra ninguna.
Porque soy la que ama cosas que no existen.
Soy mi ira.
Soy la que piensa insomne y muda en lo absurdo del amor que guardo, en que no tiene sentido amar de esa manera a un hombre en la distancia. O tiene demasiado sentido, pero eso si que da miedo.
Soy una adolescente la noche antes del exámen y ese exámen nunca llega.
Soy la impaciencia en estado puro.
Soy la que de pronto no entiende porqué no comulga al fin, con lo que sí le es evidente, la que no afronta un acto diferente, la que se queda en el verbo y a la que el verbo no cura.
Soy la que se arrepiente de no ser frívola con todo el peso, la que piensa que el amor está hecho de piel y no de reminiscencias, aunque sabe de sobra que no encontrará en la piel más que una manta pasajera y turbia, porque al fin, soy la que ama a ese hombre incierto con un amor a prueba de hecatombe. Soy una niña que le adora.
Soy una niña aterrada en el fondo ante la posibilidad de descubrir que puede olvidarle.
Soy la que se aferra a la idea de que lo absurdo no lo es tanto.
Soy la que añora a su hija, a la que el mundo no llena, la que no se decide a hacer mal de una vez por todas y del todo las cosas.
Soy la que ofrece su día al Señor de los Caminos y cierra los ojos.
-No me desampares.
Soy la que se duerme al fin, mientras repite tu nombre como un Mantra.
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