domingo, 27 de febrero de 2011

LUNÁTICOS

Resulta extraño dejar caer la camiseta al borde de la cama, sentarme erguida y distante a observar de qué manera, me vas dibujando la silueta, como bajan tus ojos por el contorno de la piel hasta la curva de mi rodilla, como te revuelves, nervioso, ante mi mirada impasible.
Tiempo atrás, las ceremonias nunca fueron precedidas de este halo de silencio.
Pero hoy, este sábado rabioso de noche y de creciente, todo es distinto.
Yo ya no creo en nadie, y mucho menos, en las palabras de aquellos de tu especie.
He amado a grandes hombres con grandes historias. Era un acto de entrega, en el que yo era obsequiada con la música, el color, la belleza de las formas, el ardor de las palabras... pero resultó que siempre estaba contaminado de la misma manera. No importaba cuán brillantes o eruditos, o lo salvajes o amplios que fueran los recodos de sus almas. En todas ellas, acechaba el miedo. Un miedo caliente y pegajoso, dispuesto a devorarnos las entrañas y los cuerpos.


Llegan voces desde la calle y aprovechas para apartarme el cabello de la cara.
Pero tú ya tienes en tus ojos la marca, la señal, el signo, la huella del espanto.
Ya no es la misma, Piensas.
Y yo, que he aprendido de las madres antiguas de los cuentos a leer las palabras que no suenan, te respondo en alto:


-No soy yo, soy otra diferente.


Entonces, levanto mi desnudo y se que ha llegado la hora de marcharme.

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