domingo, 27 de febrero de 2011

UN CUENTO PARA DAVINIA

Érase que se era mucho tiempo atrás, un quiriquitíco azul muy pequeño.

Todos los quiriquitícos del mundo suelen ser pequeños…pero este era mucho mucho más pequeñito que todos los demás.

Vivía en una flor azul, justo en el medio de una enorme pradera verde. Se alimentaba de gotitas de miel y bebía el agua de la lluvia.

Nuestro quiriquitíco estaba triste.
Se sentía solo.

Pasaba los días dando vueltecitas alrededor de su pequeña flor azul, y por las noches, dentro de la flor, se arropaba con una hoja y escuchaba los sonidos de la noche hasta que se quedaba dormido.

Cada día estaba más triste y cuanto más triste estaba más pequeñito se volvía.

Un día de sol, en uno de sus paseos alrededor de su casaflor azul, entre la hierba, nuestro pequeño quiriquitíco descubrió algo que brillaba. Se acercó despacito, rebuscó y allí, en el suelo encontró un objeto redondo con dos agujeritos pequeños, de un intenso color dorado.

Pensó: Es un botón.
Pensó: Es un botón que alguien grandote ha perdido.
Pensó: Ese alguien grandote que ha perdido este botón dorado puede que ande buscándolo.
Pensó: He de devolver este botón a su dueño.

Y entonces hizo lo siguiente: Con mucho esfuerzo, ya que el quiriquitíco del que hablamos era muy, pero que muy pequeñito…recogió el botón del suelo con sus dos bracitos, y lo puso encima de una piedrecita redonda y alta que había a un lado de su casaflor azul. 

Pensó: Aquí se ve mucho mejor.
Pensó: Con el reflejo del sol, el botón dorado brilla mucho.
Pensó: Seguro que el alguien grandote que lo ha perdido aquí puede verlo mejor.

Y como nuestro pequeño quiriquitíco no tenía nada mejor que hacer, se sentó a esperar.

Paso una hora.
Pasaron dos horas.
Pasaron tres horas.

Y cuando más alto estaba el sol en el cielo el alguien enorme apareció. 

Miró hacia la piedra redonda y alta.
Vio el botón dorado encima de la piedra, brillando. 
Y se agachó a recogerlo.

Al agacharse vio al quiriquitíco sentado frente a la piedra, que le miraba con los ojos redondos como platos. (Todo el mundo sabe que todos los quiriquitícos, hasta los más pequeños tienen los ojos como platos…)

El alguien enorme saludó al quiriquitíco.-Hola

El quiriquitíco respondió: -Hola

El alguien enorme, que era en realidad una niña pequeña dijo: -¿Como te llamas?

Y nuestro amigo el quiriquitíco no supo que contestar. –No tengo nombre

-Todo el mundo tiene nombre- Dijo la niña- Yo me llamo Davinia.

-Yo no tengo nombre, repitió el quiriquitíco. Y de pronto se sintió triste por no tener nombre y se volvió más azul y más pequeño.

La niña, al ver como el pequeñísimo quiriquitíco se hacia aún más pequeño le dijo:
- ¿Por qué estás tan triste? ,¿No ves que si te pones más triste te harás tan pequeño que nadie será ya capaz de verte?

-Estoy triste porque me siento solo. No tengo a nadie con quién hablar. Todos los días paseo alrededor de mi casaflor azul y por las noches me arropo con una hoja seca, pero siempre estoy solo y no juego con nadie, y para colmo tampoco tengo nombre.

-No te preocupes -Contestó la niña - Yo también me siento sola y paseo cada tarde por el jardín, pero como no tengo hermanos no juego con nadie y también me aburro a veces…pero tengo una idea, -continuó- Si quieres puedes ser mi amigo y estar siempre conmigo, jugaremos juntos y cada tarde pasearemos por el jardín entre las flores azules, nos contaremos nuestros sueños y reiremos. No te sentirás solo nunca más.

El quiriquitíco se lleno de alegría y respondió -¡ Si, si, por supuesto  ¡

La niña recogió dulcemente al pequeño quiriquitíco del suelo, lo acerco a su carita y abrió la boca todo lo que pudo.

 El quiriquitíco pasó dentro de su boca.

 La niña tragó.

Desde entonces los dos fueron mucho más felices, el quiriquitíco encontró un lugar mucho más hermoso donde vivir.
Porque sin duda, el corazón de un niño es el lugar más hermoso donde puede vivir un quiriquitíco. Y ya nunca se sintió solo

El quiriquitíco y la niña se hicieron los mejores amigos del mundo y cada tarde paseaban y reían entre las flores azules, bajo el sol inmenso y amarillo.

Cuando la niña tocaba el botón dorado, el pequeño quiriquitíco sabía que la niña le estaba llamando, entonces despertaba, abría los ojos como platos y se ponía a cantar.

Y colorín, colorado, coloradillo, aquí y ahora termina mi cuentecillo...

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