domingo, 27 de febrero de 2011

UNA RABIA Y MIL IMSOMNIOS

Me indigna.
Me abochorna ver de qué manera se reparte en este mundo el bacalao.

Llevo escribiendo desde que la memoría me alcanza al recuerdo. Creo que los motivos reales que me impulsan a narrarlo todo nunca los sabré, aunque con los años, uno trate de justificarlo con razones momentaneas y excusas diversas.
Lo que si que tengo claro es que es algo intrínseco a mi ser: Me moriré escribiendo.

Mi padre me decía hace muchos años que escribir me haría libre.
Se equivocaba.
Más bien se trata de una especie de maldición, de estigma, de tic rabioso e inevitable.
Sobre todo, cuando uno se para un instante a reflexionar y analiza de qué se trata realmente esta cuestión.

Escritor, a efectos prácticos, es el que vende.
Los demás, somos aficionados o soplatintas, y en el mejor de los casos soñadores inmaduros.

Escribir cuando no puedes vivir de ello provoca imsomnio crónico.

Uno se levanta cada mañana y tiene que ir, quiera o no, a fichar en el trabajo de turno, y aunque trata de centrarse en la excelsa actividad que le proporciona el pan de cada día, lo logra a veces a medias, y otras a duras penas, porque en la cabeza constante, el ímpetu, el ansia, su verdadero motor, reclama atención.

 Entonces, entre carta y carta, entre llamada y llamada, esboza con rapidez y en secreto, lo que su cabeza le dicta, pasa todo el día distraído, inventando historias, imaginando diálogos, lugares...Siempre con el miedo, de que esta esquizofrénia literaria le empuje inevitablemente al fallo técnico, a la metedura de pata, y le pongan de patitas en la calle sin remedio.

Luego de semejante estrés y de añadir al mismo el resto de menesteres diarios y problemas adjuntos, cuando se cierra el capítulo del día para la inmensa mayoría de mortales, el que escribe apenas comienza su viaje; Se sienta frente al computador, a veces con la mente en blanco, dispuesto a sufrir por la esterilidad pasajera, que siempre se antoja inacabable, y otras, con urgencia, con avidez, con la ansiedad del yonky que espera su dosis de descanso, su bálsamo bendito, y expulsa al mundo sus diablos en forma de palabras.
 A veces, cuando se quiere dar cuenta, apenas resta una hora para que el ciclo comience de nuevo. Es entonces, cuando el que escribe se siente cansado, agotado, se rinde, y comprende que no tiene escapatoria: Escribir es una cruz.

A mi me llena de rabia, ver que en este negocio de la literatura no cuenta el talento, sino la suerte y los amigos.

Yo nunca he lamido culos, ni siquiera cuando esa afición, me hubiera reportado beneficios evidentes al respecto de la tamaña pasión bajo la que vivo. He dejado que esos culos me pasen de largo.

No me arrepiento.

Pero me entristece. Me apena observar las estupideces solemnes en las que mayoritariamente invierten su dinero las editoriales. Me insultan las historias fáciles al acceso de todos, repetidas hasta la saciedad porque funcionan.
 Me horripila que siempre, sin excepción, funcione lo fácil, lo de siempre, lo más de lo más, que es lo más de lo mismo.

Con esto, no exalto mi ego, ni más faltaba.
No digo que yo lo haga mejor ni que lo mío sea distinto.

 Digo que en ocasiones sí que lo es. Digo que también vale.
 Digo que porqué no, que porqué tengo que padecer de sueño y de pobreza el resto de la vida. Digo que no me apetece dar la razón a los parias de si mismos y acabar admitiendo, que escribir no es más que una afición que tengo.
 Digo que escribir no es para mi como montar en bicicleta.

No señor. No señora.

No quiero.
No rotundo y denso y violentado. No, no y no.

Porque me cuesta lo mío y no me hace libre, aunque cierto es que me compensa de alguna manera, no es suficiente, porque me puede el sueño y puede, que algún día como hoy si esté demasiado cansada, y simplemente me acueste y a la mañana siguiente aquél ansia ya no me habite y sería una pena.

Me molesta la idea.

Me da rabia. Me da mucha rabia que otros se coman el pastel mientras yo duermo.

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