lunes, 22 de febrero de 2010

DE CARTAS A MILLER: CAÍDAS.


Echar andar de nuevo resulta complicado. Sobre todo cuando uno no sabe bien, el porqué ni el cómo, apareció en el suelo y se hizo tanto daño.
Te encuentras aturdido y un momento piensas en no levantarte, en quedarte allí y ponerte a llorar. Pero sabes, que tarde o temprano tendrás que hacer uso de toda tu fuerza para levantar tu peso, para superar el dolor de las heridas que te hiciste y volver a caminar.

Así es como me siento.

Me vienen a decir que me olvide de ti. Que tú ya te levantaste, que echaste a correr gritando que te había empujado.

Y ahora, me lo creo.

Dos semanas. Dos semanas en las que me maté de hambre y traté de dar una explicación racional a tu silencio. Me decía: -Está herido. Necesita reflexionar, situarse, poner su dolor dentro de un contexto y entender, que las personas cuando pelean, lo hacen a veces de manera descarnada, y se hacen daño.
Necesita verse a si mismo acusándome injustamente y haciendo eso, que tanto daño me había hecho anteriormente. Necesita ponerse en mi lugar y tratar de entender lo que sentí, lo que fue levantarme aquella mañana y escuchar una acusación sin sentido. Lo que fue encontrarme con su rotundo rechazo. Por nada. Verse a si mismo desde fuera, complacido en el daño que me estaba haciendo como aquello y entender, que aquello que dije, lo dije llevada por el dolor, sin más. Sin mayor importancia, trascendencia. Sin ningún significado profundo.

Pero no.
Dos semanas para hablar por boca de un colega, del colega menos indicado para dar un consejo a ese respecto. Una persona que jamás ha tenido una relación, que no sabe, que ni se imagina lo que es compartir con alguien algo más que un revolcón (previo pago la mayor parte de las veces) y un par de rallas.
El, el más apropiado para dar consejos acerca de la vida, pero sobre todo, para dar consejos acerca del amor, de las emociones, de la superación. El mismo.
Dos semanas, en resumen para escuchar gilipolleces y creerlas al dedillo.

No merece la pena, me digo. Alguien con tan poca personalidad y tan poco orgullo. Me refiero a orgullo de verdad, del bueno, del que ayuda a levantarnos para no volver a caer.
Aunque eso a mi ahora me importe una mierda. Aunque ahora lo que quisiera es quedarme en el suelo. Quedarme quieta. Cerrar los ojos. Sentir como duele.

Y me encuentro con gente razonable. Tengo amigos de esos, preocupados por si mismos. Supongo que provengo de la generación de la neurosis. Somos aquellos niños que lo tuvieron todo y se permitieron el lujo de tener crisis mentales, y algunos, hasta de tratar de buscarles un origen y tratar resolverlas.
Hablo con alguno y me dice, que todos vemos en los demás el reflejo de nuestros propios miedos.
Entonces vuelvo a justificarte.
Pero encuentro mi justificación también.

No vale de nada.
He pasado un fin de semana de mierda. No se si darme al exceso y salir por la tangente.
Hacer como tu. Dejar que me saquen por ahí. Dejar que me seduzcan o más bien: Seducir. Terminar con mi despecho en una cama y no encontrarme.
Y saber que te he hecho daño aunque tú no lo sepas.
Pero hasta ahora he sido incapaz.

El viernes tuve una oportunidad. Salí con unos amigos. Yo estaba bajo el efecto de un shock total. Todo me parecía un escenario.
Y apareció el vengador a meterme caña. Siempre hay algún cretino dispuesto a aprovechar la debilidad transitoria de la caída y uno puede ir a buscarlo o aparece por si solo. Tal vez, lo llamé con el pensamiento…pero el caso es que allí estaba: baboso y elocuente. Dispuesto a consolarme, a borrarme el dolor a lametazos.
Por un momento pensé en caer, en caerme adrede, de nuevo, en ver si era capaz de sentirme más abajo. Era el vengador apropiado, apuesto, con su máscara y su capa, con una sonrisa inmensa y la promesa de una embestida sofocante dibujada en la cara.
Pero me dio asco.
Salí de aquel antro a la carrera, como una cenicienta acomplejada que no se hace a la idea de abandonar su miserable vida, dispuesta a todo por su sapo, enamorada de aquél sapo que la rechaza. Cenicienta invertida, que no quiere príncipe porque sabe que le cabrá el zapato, y se acostumbro a andar en zapatillas…

Quería llorar. Pero no podía. Quería regresar a aquél lugar y arrepentirme y caer deshojada en brazos de aquél tipo.
Pero no lo hice:
Regrese a limpiar de hollín la chimenea. Regrese a quebrarme el corazón y el espinazo recogiendo la basura que dejaron para mí.

Mientras tanto, probablemente el sapo trataba de olvidarme. Mientras tanto, el sapo, tan macho y tan herido, se desquitaba en los brazos de alguna madrastra elocuente y croaba jubiloso.

La vida a veces, resulta tremendamente injusta.
Yo, que padezco las secuelas de la triangulación en la infancia y arrastro el estigma de mi personalidad adictiva a modo de estandarte. Yo, inadaptada a este mundo adulto, del que trato de mil maneras de enajenarme. Yo soñadora patológica y abusiva. Manipuladora nata, tan inocente. Yo, que soy la que más me lo merezco, o no quiero darme cuenta o no me da la gana.
La vida a veces, no tiene compasión.

No termino de levantarme. Tengo el cuerpo dolorido. Llueve y deja de llover. Pasan los coches. La fruta se echa a perder sobre la mesa de la cocina. Pasa un telediario y otro y otro y cuentan lo que les da la gana que pasa en este mundo. Y yo, me he quedado atrás. Llevo la misma ropa. Tengo el mismo hueco dentro del estómago.


Lo malo de todo esto es no tener ira. La ira salva del miedo, de la soledad. La ira es un arma más protectora que mortífera.
El sapo se la quedo toda para el. Está inmunizado. Tiene la vacuna.

Yo me comí solita el pastel.
Terminó la fiesta y aún no había nadie.

Caerse duele más cuando estabas en alto.
Puede ser eso lo que pasa. Había comenzado a creer que siempre sería así. Fácil. Como asomarse a la ventana y ver el sol y respirar profundo. Eso era lo que sentía exactamente.

Tengo que levantarme.
Tengo una beca pendiente para una residencia de artistas.
Tengo la oportunidad perfecta de acabar la novela y alejarme de ti.
No quiero levantarme pero tengo que hacerlo.

4 comentarios:

duamutef dijo...

Amor, y odio.
Rosas, que ocultan espinas. Besos de fuego. Gritos de furia, risas... Sábanas que huelen, a sexo olvidado. Esposas de acero, manchadas de sangre.
No entiendes nada, de lo que pasa, porque la tripa no habla, de amor ni destinos.
Sigue adelante.
Camina.
La vida es tan simple que lloramos de risa.

CHERIESOLEIL dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
duamutef dijo...

Ha corrido demasiada sangre, ya. Arriba, abajo y viceversa. Se ha repetido el bucle tantas veces, que eres una experta en sufrimiento. Diosa del amor y del deseo.
Lo entiendes tan profundamente que los demás sólo alcanzamos a ver un boceto en tus rimas perfectas.
La vida siempre merece la pena

CHERIESOLEIL dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.